La primera conquista es aprender a caminar. Esto ocurre alrededor del primer año de edad. Antes, las cosas debían venir hacia ellos, ahora ellos pueden desplazarse y tomar posesión de las cosas. Ya no siempre esperan o simplemente atienden, ahora pueden movilizarse, coger, agarrar, alcanzar, y en esa práctica crean nuevos hechos, nuevas relaciones y nuevos sentidos. Toda esta actividad regida por la exploración y la manipulación de los objetos que los rodean forma parte del largo y lento trayecto que les permitirá apropiarse del mundo circundante y alcanzar su autonomía.
Cuando los niños (as) comienzan a dar sus primeros pasos, los juegos repetitivos de “entregar y devolver” objetos se convierten en una aventura que los entretiene largo tiempo ya que los convierte en participantes activos capaces de actuar sobre su entorno. Posteriormente, a medida que van dominando la marcha, “dar pataditas a una pelota” amplia sus ansias de aventura y descubrimiento, especialmente cuando los adultos los llevan de la mano, ya que eso les facilita su coordinación al caminar, en los primeros momentos. A medida que aumenta su seguridad, la verdadera aventura será querer probar ellos solos.
A partir de aquí, los niños (as) dejan de ser simples “espectadores” y se transforman en “ejecutores”. En este proceso, la coordinación de las manos es clave.
Hasta poco antes del primer año de edad poder organizar las manos en secuencias de acción como apoyarse en una mano para derribar con la otra un obstáculo o lograr acercarse para agarrar un objeto de manera precisa, era algo que requería varios intentos fallidos y algunos procesos de corrección hasta lograr su propósito, pero ahora que sus manos trabajan coordinadas las cosas son más fáciles. Poco a poco van descubriendo que para lograr una meta necesitan ejecutar varios pasos y emplear diversos medios y lentamente van avanzando en el camino de organizar secuencialmente sus acciones en el mundo.
Coordinar las dos manos significa adquirir un enorme poder, “cada mano puede cumplir un papel distinto”. Los niños (as) se habilitan, así, para “poder hacer y resolver” y la vida se les facilita enormemente. Es el inicio de la conquista del “poder hacer”.
A medida que transcurre el primer año, los niños (as) van aumentando de forma considerable las cosas que pueden hacer con sus manos: enroscar tapas en los frascos, sostener con una mano un tambor y golpearlo con la otra, armar un objeto, agarrar la cuchara y llevársela a la boca y numerosas ejecuciones más que evidencian sus nuevas conquistas. A medida que transcurre el primer año, los niños (as) van aumentando de forma considerable las cosas que pueden hacer con sus manos: enroscar tapas en los frascos, sostener con una mano un tambor y golpearlo con la otra, armar un objeto, agarrar la cuchara y llevársela a la boca y numerosas ejecuciones más que evidencian sus nuevas conquistas.
Todas estas conquistas, inician a los niños en un camino hacia nuevas formas de “haceres” que les dan una capacidad desconocida hasta ese momento: “la de actuar por sí mismos”, y marcan su transformación de bebé a niño.
En estos procesos, el papel de los padres y cuidadores es vital. Ellos también deben transformarse para que su actitud protectora, paulatinamente, permita una mayor autonomía a los niños (as) y su avance hacia la independencia.
Cuando los niños (as) se acercan a los 2 años de edad, manifiestan un mayor interés en hacer las cosas por sí mismos y en ocasiones se rehúsan a recibir ayuda de los adultos. Este sentido de autonomía muestra la confianza que tienen en sí mismos y sus capacidades. Es en este momento cuando comienzan a arriesgarse a tomar decisiones, aunque todavía necesitan apoyo; a intentar hacer cosas solos (“yo puedo”), aunque, en ocasiones, si no logran los resultados deseados, se rinden y piden ayuda con insistencia.
Estos cambios, camino a los 3 años de edad, también se observan en las relaciones con las personas de su entorno. Pueden mostrar preferencias en la relación con uno de los padres monopolizando su atención y ayuda para vestirse, jugar, etc., y haciendo sentir “no amado” o “dejado a un lado” al otro. Pueden ser muy posesivos con la madre, el padre, los hermanos o los cuidadores (“tú no puedes hablarle, él es mi papi”), y en ocasiones, pueden actuar como demandantes agresivos, empujando o golpeando para conseguir lo que quieren.
En esta etapa, también pueden aparecer las rabietas de frustración y los miedos (aunque no saben por qué son miedosos, sí saben que quieren evitar algunas cosas como estar solos o quedarse en la oscuridad). Sin embargo, también se observa que los niños (as) se esfuerzan por controlar sus rabietas repentinas y por realizar actividades que les den seguridad y satisfacción, mostrando interés en controlar sus emociones, ya que la regulación emocional les permite alcanzar una mayor autonomía en sus relaciones sociales.
En resumen, se puede decir que tal vez la conquista más importante de los niños (as) al final del primer año de edad y buena parte del segundo es la autonomía; la transformación de bebé a niño (a); dejando de ser un sujeto absolutamente dependiente para convertirse en un sujeto ejecutor. En ese camino lo introducen los primeros pasos, la coordinación de las manos, la capacidad de solucionar problemas, la capacidad de comunicación, y los inicios del lenguaje (de lo que hablaremos próximamente).
Ahora, los niños (as) necesitan tiempo y libertad para actuar; requieren desplazarse, y realizar muchos intentos o ensayos (poder-hacer-lentamente) para alcanzar sus objetivos. En este proceso, los padres, abuelos y cuidadores juegan un importante papel abriendo el espacio que ellos (as) necesitan para desplegar y consolidar sus conquistas, sin la ansiedad de los adultos “siguiéndolos”.
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