viernes, 12 de noviembre de 2010

Juego y juguetes para el niño hospitalizado


A lo largo de nuestra vida, nuestro cuerpo sufre el envite de diversas dolencias de menor o mayor consideración. Desde la infancia, nuestros anticuerpos se enfrentan con diversas circunstancias que van, desde la más normalizada de las enfermedades como un -resfriado-, a amenazas más severas que ponen en peligro nuestra integridad. En esos momentos, el juego funciona, más que nunca, como un termómetro para nuestro estado, por un lado, y como auténtico revulsivo en el tratamiento y la recuperación por otro.

Esto es porque el juego, como ya se ha dicho en diferentes ocasiones, es el estado natural de la infancia. La mejor forma de comprender el mundo, transformarlo, estimarlo. La actitud lúdica en la infancia se convierte, cuando sobreviene la enfermedad, en una orientación sobre el efecto que ésta tiene sobre el niño o niña: que una criatura no tenga ganas de jugar puede ser un síntoma de que algo no funciona como debiera.

Por otro lado, cuando la dolencia ya ha hecho acto de presencia, el juego es un medio fantástico para:
  • Reír y disfrutar con el consiguiente efecto positivo sobre el sistema inmunológico.
  • Evitar el aburrimiento.
  • Aprovechar las capacidades de cada niño y niña para el juego como terapia contra la enfermedad.
  • Permitir que el niño exteriorice sus sentimientos y dé salida a sus miedos y angustias.
  • Permitir la participación del niño en actividades familiares o grupales que le permitan una relación social normalizada.

Cuando se produce una situación en la que un niño cae enfermo, la cotidianidad cambia. Los hábitos se modifican. Los alimentos, los horarios… e incluso la propia percepción del cuerpo.

Sensaciones más o menos desconocidas se suceden, el malestar se instaura en su vida y la conciencia de su estado puede modificar su comportamiento, ya sea simplemente porque no se encuentra bien, porque se anticipa y prevé un desenlace del mismo que le satisface más o menos o porque ve a su familia nerviosa y preocupada.

En esos momentos, se trate de una varicela o de un ingreso hospitalario por una enfermedad grave, el juego adopta un papel terapéutico para paliar los efectos de esa situación “extraña” en su vida. En el caso de las enfermedades llamadas comunes, es habitual que, al final, lo que quede es el recuerdo de estar en cama, entre aburrido y aliviado por no ir al colegio, mientras mamá trae zumos y caldo caliente, jugando con los muñecos, leyendo cuentos o durmiendo. Pero en enfermedades que requieren hospitalización, la situación es distinta. Y ahí es donde, más que nunca, hemos de potenciar ese efecto terapéutico del juego.

Afortunadamente, por parte del niño, incluso en momentos críticos, la actitud lúdica permanece y eso le ayuda a enfrentarse a sus circunstancias de una forma tan eficaz. En este momento es crucial que los adultos facilitemos las condiciones para que el juego sea posible.

La hospitalización es un proceso complejo para cualquier persona, pero posiblemente en el caso de un niño merece una atención diferenciada ya que se encuentra en una etapa que no dispone a su alcance de todos los recursos para entender y gestionar determinadas emociones y situaciones. La realidad del niño hospitalizado cambia desde aspectos más individuales como de aspectos más vinculados al entorno:

  • Su debilidad los puede volver apáticos y pasivos.
  • Se ven incapaces de reaccionar normalmente a los estímulos externos.
  • Pierden autonomía y control, con lo que pueden demostrar ira y frustración.
  • Temen que les hagan daño con las agujas, los tratamientos…
  • Pueden aparecer estados depresivos, regresiones, ansiedad, aislamiento, miedo, negaciones y obsesiones.
  • Puede disminuir su capacidad habitual de tolerancia.
El entorno, a su vez:

  • Puede mostrarse más ansioso, preocupado.
  • Puede mostrar más atención de la habitual, e incluso llevado al extremo, la desaparición de límites o normas para el niño permitiendo todos sus caprichos.
  • Pueden resentirse las relaciones con hermanos, principalmente, si quedan relegados a un segundo plano o con compañeros habituales de juegos ya que el niño debe permanecer en el centro hospitalario.

En esta situación, si el hospital dispone de los mecanismos necesarios para facilitar el juego, estos efectos pueden quedar paliados, de forma que, como relaciona la pedagoga y educadora Sílvia Penón, permite:

  • Vivir la situación desde una vertiente más normalizada (jugar con los padres y los amigos, con los hermanos, etc).
  • Expresar sus sentimientos y emociones, liberando miedos y angustias mientras juega
  • Adaptarse mejor a las distintas situaciones hospitalarias (compañeros, tratamientos, adultos diferentes…).
  • Compartir las mismas situaciones con otros niños que están viviendo las mismas situaciones de hospitalización.
  • Relajarse y liberarse del estrés que supone el ingreso.
  • Canalizar el estrés y la rabia.
  • Ser autónomo. Tomar las propias decisiones en las acciones de juego que lleva a cabo.
Siguiendo de la mano de la experiencia de la pedagoga Sílvia Penón, antes de escoger los juegos y juguetes para un centro hospitalario se deberá tener en cuenta las normativas higiénicas, la normativa del hospital y las características de los niños hospitalizados.

En cuanto a las condiciones higiénicas hay que tener en cuenta los procesos de limpieza, desinfección y esterilización, que permiten, respectivamente, reducir gérmenes, eliminar microorganismos patógenos e incluso destruir la flora microbiana de un juguete. Para ello, el juguete ha de ser de un material resistente, siendo el plástico lo más adecuado. Es importante, pues, que cuando escojamos un juguete para un niño hospitalizado observemos bien todas sus piezas para evitar que se estropeen durante estos procesos y, sobre todo, estemos atentos a las indicaciones del personal sanitario al respecto.

Los tipos de juegos y juguetes que podemos emplear en el ámbito hospitalario son muchos y muy variados, siempre sin olvidar:

1. Que el niño es, ante todo, un niño, no un “enfermo”… la persona siempre trasciende a la enfermedad.

2. Que el juego ante todo ha de producir placer. Aunque sea una buena herramienta terapéutica es primordial que el niño se divierta y que sean juguetes adecuados a sus intereses y a su edad.

3. Que por su situación de ingreso viven unas circunstancias especiales a tener en cuenta a la hora de escoger un juego: se pueden ver interrumpidos frecuentemente por la toma de la medicación o para hacer alguna prueba, pueden llevar “palomitas” o estar conectados a alguna máquina, pueden sufrir algún tipo de aislamiento médico por estados de inmunodepresión…

Así, en un hospital no pueden faltar:

Juegos psicomotores, desde juegos sencillos de manipulación, mesas de actividad, caminadores o arrastres hasta juegos que les permita liberar la tensión que produce la hospitalización (saltar, golpear…).

Juguetes que faciliten el juego simbólico, vinculados especialmente con el ejercicio médico, con el entorno hospitalario que es lo que les toca más de cerca: muñecos de forma humana o animal, títeres, disfraces… todo aquello que pueda ayudar a entender y controlar la situación que les rodea y reduzca la angustia.

Juegos de construcción, priorizándose juegos sencillos y motivadores y evitando juegos complejos que debido al cansancio les resulten frustrantes. Deberemos, asimismo, poner atención al tamaño de las piezas y tener en cuenta si podemos jugar o no en una superficie irregular como es la cama.

Juegos de reglas, especialmente indicados por su vertiente socializadora tanto con la familia que acompaña al niño como con el resto de niños y familias que viven la misma situación. Son recomendables los juegos cortos, ágiles y estimulantes.

Fuente: Juego, juguete y salud. Fundación Crecer jugando. La guía completa puede descargarse aquí.

La Fundación Teléfonica posee una Web con recursos de pedagogía hospitalaria para profesionales y padres.

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